Nada más llegar a la ermita es costumbre tocar la campana trece veces seguidas, formándose bajo la espadaña largas colas de peregrinos que la hacen sonar durante toda la jornada festiva. Los romeros oyen misa y muchos, antes de marcharse, adquieren escapularios de San Juan que se venden en el porche de la iglesia así como las clásicas rosquillas que se venden en los puestos instalados en tierra firme, volviendo a sus pueblos con estas muestras visibles de su peregrinación. El día de San Juan también se llevaban a casa flores y hierbas recogidas en el camino.